A 40 años de la muerte de Juan Domingo Perón, tres dirigentes de la vieja guardia política local, pertenecientes al Partido Justicialista, a la Unión Cívica Radical y al Socialismo, reflexionaron sobre el legado del viejo caudillo. Antonio Guerrero, Rubén Chebaia y Rodolfo Succar coincidieron en que las nuevas generaciones, en diferentes tramos de la historia, fueron perdiendo el carisma, el rumbo y la doctrina.
“Perón fue conductor, estratega y político que condujo desde 1945 hasta 1974 el país. El pueblo lo acompañó con lealtad y participación en sus tres presidencias constitucionales. Cuando muere, se viene la hecatombe para el movimiento y su brazo electoral, el Partido Justicialista. La división fue el signo predominante; un movimiento sin líder ni herederos que lo contenga”, opinó Guerrero. “Lo más grave -dijo- es que en esos años de orfandad se fue matando su doctrina y su ideología. Y el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 fue el golpe mortal al peronismo, que aceleradamente se mercantilizó. Las nuevas generaciones desvirtuaron lo que es el peronismo y el justicialismo, convertido en un pragmatismo insolente y desvergonzado. En su nombre o del kirchnerismo medran alrededor de la gran figura de Perón, quien nos enseñara a reivindicar la política como entrega a la causa nacional y popular”.
“Recuerdo el discurso del 12 de junio de 1974, en el que convocó a la unidad de los argentinos, para defender las instituciones y para lograr un país independiente y más solidario”, sostuvo Succar, quien observó que con la desaparición del líder “desapareció también lo sustancial que le dio fuerza al movimiento peronista: la lucha por la justicia social; la igualdad de oportunidades y la vigencia de la Nación”. “En el nombre de Perón todavía se mueven las masas, y se consiguen votos, millones, en todo el país. Su idea de llegar al poder para darle al pueblo la justicia social ¿sigue siendo, hoy, la máxima vocación de sus dirigentes?”, se preguntó.
Chebaia explicó: “sin rumbo, en la década del 90 sepultaron la marcha y abrazaron como nueva bandera el consenso de Washington, y en este siglo con una desteñida y utilitaria remake de las autoatribuidas ideas setentistas, se olvidaron de que el peronismo también es un sentimiento”. El dirigente radical reflexionó sobre el abrazo de Perón-Balbín: “propiciaba enterrar las proposiciones dicotómicas; implicaba el inicio del camino al entendimiento y el consenso, en las cuestiones fundamentales. Quizás los actuales gestionadores estén empezando a comprender la historia y a conocer de sus propios y desatinados desvíos”.